Antes de nada, quisiera mostrar mi agradecimiento a quien tan generosamente me ha confiado lo que con tanto celo guardaba en el camafeo de su corazón: el don divino de la palabra. 
Las palabras –dice nuestra poetisa– son lugares transparentes en mi universo y espejo visible de mi pensamiento.  
Y así, mi bienhadado lector, entre dos mundos, la voz del cielo resplandecerá ante tus ojos cuando, a libro abierto, la belleza del espíritu que, sin pedirla, se recibe,  aleteará en tus cálidas y acogedoras manos y en bella danza se adentrará en las aguas bellas y cristalinas de tu ser.